martes, 18 de octubre de 2011

La resurrección de Alemania

 
Por Jacques Rueff
 
Los hombres y las cosas no han cambiado en la noche del 21 al 22 de junio de 1948. Lo que cambió fue la naturaleza del proceso que había de permitir a Alemania adaptarse a su nueva situación estructural.
 
Antes era la planificación autoritaria, llevada a sus límites extremos. Después fue el mecanismo de los precios, restaurado en la disciplina consciente de una economía de mercado. La conclusión, por lo tanto, se impone: la rigidez de la economía alemana –indiscutible antes de la reforma monetaria-no era efecto de las estructuras económicas, sino, en su mayor parte, de origen institucional.
 
La economía alemana, habida cuenta de las condiciones de hecho en que se encontraba, ha mostrado una extraordinaria plasticidad al adaptarse a las modificaciones de estructura –de una amplitud sin precedentes-producidas por la derrota, la división geográfica y los desplazamientos de población. Y ésta se ha conseguido con una serie de medidas como la liberación de los precios, la supresión de algunas instituciones de hecho o de derecho que tendían a inmovilizarlos y la devolución de su sentido a la moneda al hacer imposible la inflación.
 
Creo que en toda Europa sólo Alemania se ha atrevido a afirmar que el orden que quería instaurar sería establecido por medio del mecanismo de los precios. A fin de que nadie pudiera equivocarse sobre su orientación, se calificó a sí misma de Sozialmarktwirtschaft, economía social de mercado.
 
En los «artículos de Dusseldorf» formulados el 15 de julio de 1949 para servir de programa a la CDU (Unión Cristiano-Demócrata) se encuentran los principios que iban a inspirar la acción gubernamental alemana después de la reforma monetaria.
 
Estos principios definen «la economía social de mercado como la constitución social de la economía industrial que integra el trabajo de hombres libres a un orden del que se derive, para todos, el máximo de utilidad económica y de justicia social.»
 
Y precisan que «este orden se realiza gracias a la libertad y al respeto de los compromisos que se expresan, en la economía social de mercado, por la competencia auténtica y el control independiente de los monopolios.»
 
«Hay competencia auténtica cuando un sistema de competencia garantiza la recompensa del mejor trabajo realizado en plena libertad, con igualdad de oportunidades y en condiciones de competencia leal.»
 
«La cooperación de los interesados está dirigida por el mecanismo regulador de los precios.»
 
«Esta economía social de mercado se opone radicalmente a la economía planificada.»
 
«La economía social de mercado se opone también a la economía estrictamente “liberal”. Para evitar el regreso a la economía liberal es preciso garantizar la competencia en la calidad mediante un control independiente de los monopolios.»
 
«La economía social de mercado aprueba una influencia de conjunto sobre la economía por los medios orgánicos de una política económica de gran envergadura, que tendería a una adaptación elástica según las indicaciones de los mercados….»
 
«La competencia y el control de los monopolios, como base del orden social que queremos establecer, la influencia orgánica ejercida sobre el desarrollo de la economía por la política monetaria y la política del capital, asegurarán la expansión continua de la economía….»
 
Estos principios de política económica están estrechamente ligados a las «directrices de política social» que les siguen y que prescriben «una reorganización de la sociedad basada en la justicia social, la libertad que impulsa a la colectividad y la verdadera dignidad humana».
 
Para estas directrices, «el trabajo humano no es una mercancía, sino….la base del desarrollo físico y moral del hombre».
 
Se exponen a continuación, de manera detallada, los métodos para conseguir los objetivos sociales de la economía de mercado, los cuales fijan, especialmente, el papel de los sindicatos y asociaciones profesionales en el Estado, la organización de las empresas y la política de la vivienda.
 
Los «artículos de Dusseldorf» dan una idea de las bases doctrinales que han hecho posible, duradero, moralmente aceptable y electoralmente aceptado un orden social basado en el comportamiento de hombres libres, regidos, dentro de las leyes y reglamentos en vigor, por los mecanismos de los precios.
 
Es cierto que la libertad postula una facultad de autodeterminación. Pero el hombre libre decide su comportamiento de acuerdo con la manera de apreciar las consecuencias de sus actos que le inspira la naturaleza. Por lo tanto, si se modifica su naturaleza o las consecuencias de sus decisiones eventuales, pueden determinarse sus actos sin menoscabo de su libertad.
 
La educación religiosa y moral, al «condicionar» la naturaleza humana, modifica su escala de valores y, con ello, los actos que, frente a circunstancias exteriores inmutables, el hombre libre decide realizar.
 
Por otra parte, las leyes y reglamentos, al ligar a ciertos actos sanciones y, eventualmente, recompensas, transforman las consecuencias que estos actos tendrían para quien los realizara, o sea que las leyes y reglamentos modifican los actos que el hombre libre decide libremente realizar.
 
En fin, el cambio procura a todo acto económico una sanción –el pago del precio- cuando se trata de una compra, y una recompensa –el encaje del precio-si es una venta. Por lo tanto, el mecanismo de los precios fija la sanción y la recompensa a un nivel apto para suscitar, habida cuenta las facultades y los gustos de todos los participantes en el mercado, los actos que afianzarán el equilibrio económico y harán que el aparato productivo llegue a su máximo rendimiento con respecto a la sociedad a que sirve.
 
Una sociedad de hombres libres no es una sociedad que carezca de dirección. La acción gubernamental se ejerce, o bien mediante el condicionamiento de la naturaleza humana, o bien con el establecimiento de sanciones y recompensas coactivas aptas para proporcionar a los hombres que obran libremente razones para querer lo que el interés general exige que quieran.
 
Para que tal sociedad subsista, la acción gubernamental, basada sobre esos dos procedimientos de intervención, deberá:
 
a-      Inspirar a los fuertes el deseo de respetar la libertad de los menos fuertes.
b-     Proporcionar razones a los que, abandonados a sí mismos, no se preocuparían de los inválidos o de los débiles, para querer realizar, directa o indirectamente, los actos caritativos sin los cuales un gran número de hombres quedarían privados de la posibilidad o del deseo de ser libres.
c-      Asegurar la realización de aquellas tareas de interés común que serían abandonadas si se pensase sólo en el resultado que producirían a sus ejecutantes.
d-     Crear, finalmente, una situación en la que los precios –generadores en régimen de libertad de todos los actos económicos- sean lo que el interés general exige de ellos y no el resultado de intereses particulares, coaligados o no.
 
Esta sencilla enumeración demuestra que la dosis de acción gubernamental necesaria para gobernar una sociedad de hombres libres es importante y, probablemente, muy poco menor que la que necesita el gobierno basado en la coacción.
 
Es un gran error esperar del simple laissez faire el advenimiento de una sociedad liberal. La libertad no es nunca un don de la Naturaleza, sino el resultado, laboriosamente obtenido, de un conjunto institucional complejo que tiende, en primer lugar, a preservarla contra los peligros que la amenazan, y después, a hacerla aceptable incluso por aquellos que pueden temer ser perjudicados por ella.
 
Para indicar que su doctrina no puede asimilarse al sistema de abstención generalizada –erróneamente identificado en el pasado con el liberalismo clásico-, los liberales modernos, preocupados por la acción eficaz, han calificado su programa de «neoliberal».
 
El neoliberalismo no apela a ninguna ortodoxia, sino que se presenta como el resultado de una elección consciente basada en el reconocimiento de los hechos y en la interpretación de la experiencia. No intenta llegar a la verdad absoluta, sino que trata de averiguar, teniendo en cuenta la naturaleza de los hombres y los medios de que el gobierno dispone, la política que proporcionará –a escala humana- el menos malo de los órdenes sociales.
 
El milagro alemán, en realidad, es el producto de la doctrina neoliberal, expresamente formulada y sistemáticamente aplicada.
 
Pascal afirma que «es imposible no creer, razonablemente, en los milagros». ¿Será posible, en cambio, no creer, razonablemente, en una doctrina que ha hecho, sola y contra las fuerzas coaligadas de la geografía y de la historia, el más improbable de los milagros?
 
(Extractos de “La época de la inflación”-Jacques Rueff-Ediciones Guadarrama-Madrid 1967)

 

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